El duelo por un muerto.
Hijo mío, por un muerto, derrama lágrimas, y entona un lamento, como quien sufre terriblemente.
Entierra su cadáver en la forma establecida y no descuides su sepultura. Llora amargamente, golpéate el pecho, y observa el duelo que él se merece, uno o dos días —para evitar comentarios— y luego consuélate de tu tristeza. Porque la tristeza lleva a la muerte y un corazón abatido quita las fuerzas.
En la desgracia la tristeza es permanente, y el corazón maldice una vida miserable.
No te dejes llevar por la tristeza, aléjala, acordándote de tu fin. Nunca lo olvides: ¡no hay camino de retorno! Al muerto, no podrás serle útil y te harás mal a ti.
"Recuerda mi destino, que será también el tuyo: ayer a mí y hoy a ti". Ahora que el muerto descansa, deja en paz su memoria, y trata de consolarte, porque ha partido su espíritu.
Libro del Eclesiástico; 38, 16-23.
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