lunes, 26 de diciembre de 2011
Oración para Fin de Año
Señor, Dios, dueño del tiempo y de la eternidad, tuyo es el hoy y el mañana, el pasado y el futuro. Al terminar este año quiero darte gracias por todo aquello que recibí de Ti.
Gracias por la vida y el amor, por las flores, el aire y el sol, por la alegría y el dolor, por cuanto fue posible y por lo que no pudo ser.
Te ofrezco cuanto hice en este año, el trabajo que pude realizar y las cosas que pasaron por mis manos y lo que con ellas pude construir.
Te presento a las personas que a lo largo de estos meses amé, las amistades nuevas y los antiguos amores, los más cercanos a mí y los que estén más lejos, los que me dieron su mano y aquellos a los que pude ayudar, con los que compartí la vida, el trabajo, el dolor y la alegría.
Pero también, Señor hoy quiero pedirte perdón, perdón por el tiempo perdido, por el dinero mal gastado, por la palabra inútil y el amor desperdiciado. Perdón por las obras vacías y por el trabajo mal hecho, y perdón por vivir sin entusiasmo.
También por la oración que poco a poco fui aplazando y que hasta ahora vengo a presentarte. Por todos mis olvidos, descuidos y silencios nuevamente te pido perdón.
En los próximos días iniciaremos un nuevo año y detengo mi vida ante el nuevo calendario aún sin estrenar y te presento estos días que sólo Tú sabes si llegaré a vivirlos.
Hoy te pido para mí y los míos la paz y la alegría, la fuerza y la prudencia, la claridad y la sabiduría.
Quiero vivir cada día con optimismo y bondad llevando a todas partes un corazón lleno de comprensión y paz.
Cierra Tú mis oídos a toda falsedad y mis labios a palabras mentirosas, egoístas, mordaces o hirientes.
Abre en cambio mi ser a todo lo que es bueno que mi espíritu se llene sólo de bendiciones y las derrame a mi paso.
Cólmame de bondad y de alegría para que, cuantos conviven conmigo o se acerquen a mí encuentren en mi vida un poquito de Ti.
Danos un año feliz y enséñanos a repartir felicidad.
Amén
sábado, 17 de diciembre de 2011
Zamba de Mi Esperanza
Zamba: —De acuerdo a la Real Academia Española— Danza cantada popular del noroeste de la Argentina.
Zamba de mi esperanza,
amanecida como un querer.
Sueño, sueño del alma,
que a veces muere sin florecer.
Zamba, a tí te canto
porque tu canto derrama amor,
caricia de tu pañuelo
que va envolviendo mi corazón.
Estrella, tú que miraste,
tú que escuchaste mi padecer.
Estrella, deja que cante,
deja que quiera como yo sé.
El tiempo que va pasando,
como la vida, no vuelve más.
El tiempo me va matando
y tu cariño será, será.
Hundido en horizonte
soy polvareda que al viento va.
Zamba, ya no me dejes,
yo sin tu canto no vivo más.
Estrella, tú que miraste,
tú que escuchaste mi padecer.
Estrella, deja que cante,
deja que quiera como yo sé.
sábado, 3 de diciembre de 2011
El Tesoro del Pobre
Había una vez, según un cuento que refiere el poeta francés Juan Richepin, un matrimonio sumamente pobre. No tenían pan que guardar en la artesa ni artesa para guardar el pan. No tenían casa alguna donde colocar aquélla, ni pedazo de tierra en el que pudieran construir una casa. Si hubiesen poseído un pedazo de tierra, habrían podido hallar algo con que edificar la casa.
Si hubiesen poseído esta casa, habrían podido tener en ella la artesa, y si hubiesen poseído la artesa, de vez en cuando, sin duda, habrían podido hallar un poco de pan que guardar en ella. Pero como no tenían ni terreno ni casa, ni artesa ni pan, eran, en verdad, de los pobres muy pobres, y lo que más falta les hacía era una casa propia donde pudieran encender algunos troncos secos, y sentarse a charlar junto a la lumbre.
La víspera de Navidad este pobre matrimonio se sentía más pobre y más triste que nunca.
Mientras iban lamentándose por la grande carretera solitaria, rodeados de las negras tinieblas de la noche, tropezaron con un pobre gato que maullaba tímidamente.
Los pobres son bondadosos con los pobres, y se ayudan unos a otros, y aquellos dos pobres tomaron al gato consigo, y no se cuidaron de comer ellos cosa alguna, sino que dieron al animal un poco de manteca que les habían proporcionado de limosna.
El gato, después de comer, echó a andar delante de ellos y los guió a través de las negras tinieblas hasta una vieja cabaña abandonada.
Había dos banquetas y un hogar en esta cabaña, según pudieron ver por un rayo de luna, que lució y desapareció al mismo tiempo, y el gato desapareció también con el rayo de luna.
Pronto se hallaron sentados en la oscuridad delante del negro hogar, que la falta de fuego hacía todavía más negro.
—¡Ah -dijeron—, si tuviéramos únicamente un par de brasas! ¡Hace mucho frío!, y ¿qué podía haber más agradable que estar sentados calentándonos junto a un poco de fuego y contando cuentos?
Pero no había en el hogar fuego alguno, porque eran muy pobres, verdaderamente pobrísimos.
De pronto aparecieron dos brasas brillantes y ardientes en el fondo de la chimenea; dos hermosos ojos de fuego, amarillos como el oro.
Y el viejo frotó sus manos gozoso, y dijo a su esposa:
—¿No notas qué bien se está y qué calorcito se siente?
—Sí, por cierto —respondió la anciana—, y acercó las manos a la lumbre. —Sóplalas y atízalas —dijo ella.
—¡No, no! —replicó el marido—. Eso las haría arder de prisa.
Y así empezaron a charlar para matar el tiempo, sin tristeza ya, porque se sentían animados a la vista de las dos pequeñas brasas amarillas.
Los pobres son felices con muy poca cosa, y estos dos se alegraban al ver el hermoso regalo de lumbre que se les había hecho, junto a la cual estuvieron sentados toda la noche calentándose, seguros de que el Niño Jesús los quería mucho, porque las dos brasas lucientes brillaron misteriosamente toda la noche, sin extinguirse.
Cuando llegó la mañana estos dos pobres, que habían pasado abrigados y contentos toda la noche, vieron en el fondo de la chimenea al pobre gato que los miraba con sus grandes ojos amarillos.
El reflejo de aquellos ojos eran lo que mantuvo a aquellos dos pobres tan abrigados y contentos.
—El tesoro de los pobres es la fantasía— les dijo discretamente el gato.
jueves, 1 de diciembre de 2011
Tiempo de Corresponder
¿Quién soy yo?
Soy las manos del abuelo.
Soy las lágrimas de mi madre, la fuerza de mi padre, las bromas de todos mis hermanos.
Soy el amor completo de quien me ha amado y la disciplina despiadada de mis maestros.
Soy la inspiración de muchos para seguir adelante y la multitud que aplaudió mis éxitos.
Soy la asesoría de cien hombres.
No soy, sólo yo.
Soy la suma de todo. El orgulloso resultado del trabajo de otros; aquellos que han tocado mi vida, de tantas maneras.
Llegó el momento de corresponder. Compártete —tú también— a ti mismo.
—Parece un anuncio; pero es un mensage—
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