miércoles, 28 de septiembre de 2011

Cómo hacer un ensayo


Si te gusta leer, seguramente también te gusta escribir; si te gusta escribir... te gusta soñar, compartir, cantar, planear, volar —reflejar el mundo o crear uno nuevo de ilusión— y encontrarte otra vez contigo mismo: ¿pero cómo empezar a escribir?

Un ensayo es una colección de ideas cuyo objetivo es considerar, desarrollar y luego concluir sobre un tema en particular. De hecho etimológicamente viene del latín exagium, o pesar, y este es el tratamiento que se le da a su desarrollo.

Y bueno ¿Cómo hacer un ensayo? Primero, debemos comenzar por buscar un tema; si este es asignado por terceros, no hay problema, pero si debemos escoger un tema por nosotros mismos, podemos tomar algunas recomendaciones. Es siempre aconsejable el acotar la temática; por ejemplo es bueno un ensayo con el título de "La obra literaria de nn" o aún mejor "La influencia de la política en la obra de nn". Por otro lado "las obras literarias" sería un título demasiado amplio y general. De esta manera, podremos ser más específicos en cuanto al alcance de nuestro trabajo, y además dejaremos menos cabos sueltos. También de esta manera nos simplificamos el trabajo de investigación, y por otra parte podremos llegar a títulos atractivos y originales, dándole un valor agregado a nuestra obra.

El segundo paso para hacer nuestro ensayo, una vez que ya tenemos el tema a desarrollar, es la investigación o recopilación de antecedentes e información. En este punto todo sirve, como obras literarias, de críticos, noticias, artículos académicos y revistas especializadas. Se recomienda abarcar la mayor cantidad de información posible, para luego referirse a ella durante el desarrollo del ensayo. Un error recurrente, es citar a diversas fuentes y autores sólo para estar de acuerdo con todos estos contenidos; en un ensayo la honestidad y las ideas propias son de gran valor, por lo que el no estar de acuerdo con alguna idea entre la información recopilada es un planteamiento que se debe incluir.

Otra gran fuente de información que se utiliza para hacer un ensayo en la actualidad, es el Internet. Podemos utilizar los grandes buscadores como Google y Yahoo, más la información que podremos encontrar en redes internas de universidades, si tenemos acceso a ellas. Un punto muy importante al decidir utilizar la Internet como una fuente de información, es ser bastante crítico a la hora de considerar un sitio como candidato para servirnos de ayuda. Esto porque es común encontrar información errónea, publicada de manera intencional o accidental, ya que la red esta abierta a todos los que quieran expresar algo en ella. O sea, debemos primero recorrer el sitio y juzgar su credibilidad antes de utilizarlo como fuente.

Ahora que ya tenemos una idea de las diversas fuentes que utilizaremos, no debemos olvidar el tomar notas de manera crítica mientras leemos el material. Y por supuesto, para cada fuente que vamos decidiendo utilizar, es necesario también anotar la edición, el lugar y fecha de la publicación, junto con el autor, para nuestra bibliografía.


En nuestro tutorial acerca de cómo hacer un ensayo ya hemos avanzado al punto que tenemos el título, las fuentes de información, y además hemos tomado notas críticas de las fuentes utilizadas. El siguiente paso consiste en volver a revisar nuestras notas, para luego ordenarlas dándole un estructura a nuestro ensayo. Podemos agruparlas por la temática que abarcan, para tener una idea de la organización que tendrán los párrafos.

En cuanto a los párrafos de nuestro ensayo, hay recomendaciones importantes. Se deben evitar los párrafos de una sola frase, ya que causan una mala impresión. La idea es presentar un tema con la primera frase, para luego desarrollarlo en el resto del párrafo. En el primer párrafo del trabajo, se debe expresar claramente el tema y objetivo del ensayo. Para tener una idea de cuan largo debe ser cada párrafo, se puede tomar como referencia un tercio del largo de la página, aunque por supuesto esto puede variar dependiendo de las necesidades particulares.

Al final del ensayo, debemos incluir, como mencionamos anteriormente, una lista de las fuentes utilizadas. Por ejemplo, podemos utilizar el siguiente formato: Autor, Obra, Publicación, fecha.

Listo, ahora debemos llevar el ensayo a la computadora e imprimirlo. Algunas recomendaciones al respecto. Corregir la ortografía es una prioridad; faltas ortográficas y en la gramática causan una pésima impresión en el lector o examinador. Una de las tragedias más recurrentes en el mundo de los ensayos son los cortes de luz, que llevan a la pérdida de lo que hemos escrito y organizado. Por este motivo debemos ir grabando a medida que avancemos. Estéticamente, se recomienda el doble espaciado entre líneas y el uso de la indentación o tabulado para comenzar cada párrafo. La numeración de las hojas también es importante.

Finalmente, debemos presentar nuestro ensayo. En este respecto para causar una impresión óptima en el destinatario, se recomienda no corchetear las hojas, sino que utilizar una carpeta transparente que las sostenga a presión. Por lo demás son bastante económicas.

Como una recomendación final de este tutorial sobre cómo hacer un ensayo, debemos siempre pensar en el lector; por este motivo nuestro ensayo debe ser entretenido, bien escrito, correctamente presentado, y por que no, incluso provocador en sus planteamientos.


Tomado de: Mis Respuestas . Com

La Zorra y las Uvas


Estaba una zorra con mucha hambre, y al ver colgando de una parra unos deliciosos racimos de uvas, quiso atraparlos con su boca.

Mas no pudiendo alcanzarlos, se alejó diciéndose:

-- ¡ Ni me agradan, están tan verdes... !



Nunca traslades la culpa a los demás de lo que no eres capaz de alcanzar.


sábado, 10 de septiembre de 2011

La Pax Porfiriana


En ese momento, entre olores dulces y algodones quemándose sobre el firmamento, recordé todas las batallas que había vivido, la lucha contra la dictadura de Santa Anèna, la intervención norteamericana y la francesa, el imperio imponiendo sus leyes con crueldad, también la imposición de Juárez en el poder, y el fraude electoral de Lerdo de Tejada. No sé, en un momento, recargando mi cuerpo en un barandal de piedra, entendí que mi México no había tenido un momento de paz en todo el siglo. ¿Qué podía hacer? ¿Estaba en mis manos tratar de pacificar al país por el bien del pueblo? Sí, yo estaba en el poder, aclamado por toda la nación, tenía toda la responsabilidad sobre mi espalda. Así fue como empezó un concepto que se contagiaría en cada uno de los estados de la República… una idea que se llamaría la Pax Porfiriana.

La Pax Porfiriana —fragmento— tomado de El Blog de Don Porfirio

Viaje al Centro de la Tierra


Cuando leí el Viaje al Centro de la Tierra de Julio Verne en la infancia, para mi fue la cosa más maravillosa que había leído; años después me llevaron a ver la película, simpática; pero no, el libro te da la sutileza de la emoción, y algo más... Hoy en día, cada vez que preparo un viaje, me acompaña cada detalle de esta novela de ciencia ficción, como si mi viaje fuera a ser al mismo centro de la tierra. A continuación, capitulo primero, de Viaje al Centro de la Tierra.

Capitulo I

El domingo 24 de mayo de 1863, mi tío, el profesor Liden­brock, entró rápidamente a su hogar, situado en el número 19 de la König-strasse, una de las calles más tradicionales del barrio antiguo de Hamburgo.

Marta, su excelente criada, se preocupó sobremanera, creyendo que se había retrasado, pues apenas si empezaba a empezar a cocinar la comida en el hornillo.

"Bueno"- pensé para mí- , si mi tío viene con hambre, se va a armar la de San Quintín; porque no conozco a otro hombre de menos paciencia.

-¡Tan temprano y ya está aquí el señor Lidenbrock! -exclamó la pobre Marta, con arrebol, entreabriendo la puerta del comedor.

-Sí, Marta; pero tú no tienes la culpa de que la comida no esté lista todavía, porque es temprano, aún no son las dos. Acaba de dar la media hora en San Miguel.

-¿Y por qué ha venido tan pronto el señor Lidenbrock?

-Él lo explicará, seguramente.

-¡Ahí viene! Yo me escapo. Señor Axel, cálmelo usted, por favor.

Y la excelente Marta se retiró presurosa a su recinto culinario, dejándome solo.

Pero, como mi timidez no es lo más indicado para hacer entrar en razón al más irascible de todos los catedráticos, había decidido retirarme prudentemente a la pequeña habitación del piso alto que utilizaba como dormitorio, cuando se escuchó el giro sobre sus goznes de la puerta de la calle, crujió la escalera de madera bajo el peso de sus pies fenomenales, y el dueño de la casa atravesó el comedor, entrando con apresuramiento en su despacho, y dejando al pasar, el pesado bastón en un rincón, arrojando el mal cepillado sombrero encima de la mesa, y dirigiéndose a mí con tono imperioso, dijo:

-¡Ven, Axel!

No había tenido aún tiempo material de moverme, cuando me gritó el profesor con acento descompuesto:

-Pero,apúrate, ¿qué haces que no estás aquí ya?

Y me precipité en el despacho de tan irascible maestro. Otto Lidenbrock no es mala persona, lo confieso ingenuamente; pero, como no cambie mucho, lo cual creo improbable, morirá siendo el más original e impaciente de los hombres.

Era profesor del Johannaeum, donde dictaba la cátedra de mineralogía, enfureciéndose, por regla general, una o dos veces en cada clase. Y no porque le preocupase el deseo de tener discípulos aplicados, ni el grado de atención que éstos prestasen a sus explicaciones, ni el éxito que como consecuencia de ella, pudiesen obtener en sus estudios; no, semejantes detalles lo tenían sin cuidado. Enseñaba subjuntivamente, según una expresión de la filosofía alemana; enseñaba para él, y no para los otros. Era un sabio egoísta; un pozo de ciencia cuya polea rechinaba cuando de él se quería sacar algo. Era, en una palabra, un avaro del conocimiento.

En Alemania hay algunos profesores de esta especie.

Mi tío no gozaba, por desgracia, de una gran facilidad de palabra, por lo menos cuando se expresaba en público, lo cual, para un orador, constituye un defecto lamentable. En sus lecciones en el Johannaeum, se detenía a lo mejor luchando con un recalcitrante vocablo que no quería salir do sus labios; con una de esas palabras que se resisten, se traban y acaban por ser expelidas bajo la forma de un taco, siendo éste el origen de su cólera.

Hay en mineralogía muchas denominaciones, semigriegas, semilatinas, difíciles de pronunciar; nombres rudos que lastimarían los labios de un poeta. No quiero criticar a esta ciencia; lejos de mí profanación semejante. Pero cuando se trata de las cristalizaciones romboédricas, de las resinas retinasfálticas, de las selenitas, de las tungstitas, de los molibdatos de plomo, de los tunsatatos de magnesio y de los titanatos de circonio, bien se puede perdonar a la lengua más expedita que tropiece y se haga un enredo.

En la ciudad era conocido por todos este excusable defecto de mi tío, por el que muchos desahogados aprovechaban para burlarse de él, cosa que le exasperaba en extremo; y su furor era causa de que arreciasen las risas, lo cual es de muy mal gusto hasta en la misma Alemania. Y si bien es muy cierto que contaba siempre con gran número de oyentes en su aula, no lo es menos que la mayoría de ellos iban sólo a divertirse a costa del catedrático.

Como quiera que sea, no me cansaré de repetir que mi tío era un verdadero sabio. Aun cuando rompía muchas veces las muestras de minerales por tratarlos sin el debido cuidado, unía al genio del geólogo la perspicacia del mineralogista. Con el martillo, el punzón, la brújula, el soplete y el frasco de ácido nítrico en las manos, no tenía rival. Por su modo de romperse, su aspecto y su dureza, por su fusibilidad y sonido, por su olor y su sabor, clasificaba sin titubear un mineral cualquiera entre las seiscientas especies con que en la actualidad cuenta la ciencia.

Por eso el nombre de Lidenbrock gozaba de gran predicamento en los gimnasios y asociaciones nacionales. Humphry Davy, de Humboldt y los capitanes Franklin y Sabine no dejaban de visitarle a su paso por Hamburgo. Becquerel, Ebejmen, Brewster, Dumas y Milne-Edwards solían consultarle las cuestiones más palpitantes de la química. Esta ciencia le debía magníficos descubrimientos, y, en 1853, había aparecido en Leipzig un Tratado de Cristalogiafía trascendental, por el profesor Otto Lidenbrock, obra en folio, ilustrada con numerosos grabados, que no llegó, sin embargo, a cubrir los gastos de impresión.

Además de lo dicho mi tío era conservador del museo mineralógico del señor Struve, embajador de Rusia, preciosa colección que gozaba de merecida y justa fama en Europa.

Tal era el personaje que con tanta impaciencia me llamaba. Imaginaos un hombre alto, delgado, con una salud de hierro y un aspecto juvenil que le hacía aparentar diez años menos de los cincuenta que contaba. Sus grandes ojos observaban a todas partes detrás de sus amplias gafas; su larga y afilada nariz parecía una lámina de acero; los que le perseguían con sus burlas decían que estaba imanada y que atraía las limaduras de hierro. Calumnia vil, sin embargo, pues sólo atraía al tabaco, aunque en gran abundancia, dicho sea en honor de la verdad.

Cuando haya dicho que mi tío caminaba a pasos matemáticamente iguales, que medía cada uno media toesa de longitud, y añadido que siempre lo hacía con los puños sólidamente apretados, señal de su carácter irascible, lo conocerá lo bastante el lector para no desear su compañía.

Vivía en su modesta casita de König-strasse, en cuya construcción entraban por partes iguales la madera y el ladrillo, y que daba a uno de esos canales tortuosos que cruzan el barrio más antiguo de Hamburgo, felizmente salvado del incendio de 1842.

Cierto que la tal casa estaba un poco inclinada y amenazaba con su vientre a los transeúntes; que tenía el techo caído sobre la oreja, como las gorras de los estudiantes de Tugendbund; que la verticalidad de sus líneas no era lo más perfecta; pero se mantenía firme gracias a un olmo secular y vigoroso en que se apoyaba la fachada, y que al cubrirse de hojas, llegada la primavera, remozábala con un alegre verdor.

Mi tío, para profesor alemán, no dejaba de ser rico. La casa y cuanto encerraba, eran de su propiedad. En ella compartíamos con él la vida su ahijada Graüben, una joven curlandesa de diez y siete años de edad, la criada Marta y yo, que, en mi doble calidad de huérfano y sobrino, le ayudaba a preparar sus experimentos.

Confieso que me dediqué con gran entusiasmo a las ciencias mineralógicas; por mis venas circulaba sangre de mineralogista y no me aburría, jamás en compañía de mis valiosos pedruscos.

En resumen, que vivía feliz en la casita de la König-strasse, a pesar del carácter impaciente de su propietario porque éste, independientemente de sus maneras brutales, me profesaba gran afecto. Pero su gran impaciencia no le permitía aguardar, y trataba de ir más aprisa que la misma naturaleza.

En abril, cuando plantaba en los potes de loza de su salón pies de reseda o de convólvulos, iba todas las mañanas a tirarles de las hojas para tratar así de acelerar su crecimiento.

Con tan original personaje, no tenía más remedio que obedecer ciegamente; y por eso acudía presuroso a su despacho.

Viaje al Centro de la Tierra de Julio Verne, frances, 1828 - 1905