martes, 19 de julio de 2011

Los Dos Mundos


Nota: La forma de expresarse de Hermann Hesse en Demian, como en todas sus obras literarias, es como escuchar a una persona pensar en voz alta; sincero, claro y conciso. A continuación, un fragmento de «Los Dos Mundos» de Demian, historia de la juventud de Emil Sinclair, de Hermann Hesse.

Quería tan sólo intentar vivir lo que tendía
a brotar espontáneamente de mí.
¿Por qué había de serme tan difícil?

Comienzo mi historia como un acontecimiento de la época en que yo tenía diez años e iba al Instituto de letras de nuestra pequeña ciudad.

Muchas cosas conservan aún su perfume y me conmueven en lo más profundo con pena y dulce nostalgia: callejas oscuras y claras, casas y torres, campanadas de reloj y rostros humanos, habitaciones llenas de acogedor y cálido bienestar, habitaciones llenas de misterio y profundo miedo a los fantasmas. Olores a cálida intimidad, a conejos y a criadas, a remedios caseros y a fruta seca. Dos mundos se confundían allí: de dos polos opuestos surgían el día y la noche.

Un mundo lo constituía la casa paterna; más estrictamente, se reducía a mis padres.

Este mundo me resultaba muy familiar: se llamaba padre y madre, amor y severidad ejemplo y colegio. A este mundo pertenecían un tenue esplendor, claridad y limpieza; en él habitaban las palabras suaves y amables, las manos lavadas, los vestidos limpios y las buenas costumbres. Allí se cantaba el coral por las mañanas y se celebraba la Navidad.

En este mundo existían las líneas rectas y los caminos que conducen al futuro, el deber y la culpa, los remordimientos y la confesión, el perdón y los buenos propósitos, el amor y el respeto, la Biblia y la sabiduría. Había que mantenerse dentro de este mundo para que la vida fuera clara, limpia, bella y ordenada.

El otro mundo, sin embargo, comenzaba en medio de nuestra propia casa y era totalmente diferente: olía de otra manera, hablaba de otra manera, prometía y exigía otras cosas.

En este segundo mundo existían criadas y aprendices, historias de aparecidos y rumores escandalosos; todo un torrente multicolor de cosas terribles, atrayentes y enigmáticas, como el matadero y la cárcel, borrachos y mujeres chillonas, vacas parturientas y caballos desplomados; historias de robos, asesinatos y suicidios. Todas estas cosas hermosas y terribles, salvajes y crueles, nos rodeaban; en la próxima calleja, en la próxima casa, los guardias y los vagabundos merodeaban, los borrachos pegaban a las mujeres; al anochecer las chicas salían en racimos de las fábricas, las viejas podían embrujarle a uno y ponerle enfermo; los ladrones se escondían en el bosque cercano, los incendiarios caían en manos de los guardias. Por todas partes brotaba y pululaba aquel mundo violento; por todas partes, excepto en nuestras habitaciones, donde estaban mi padre y mi madre. Y estaba bien que así fuera.

Era maravilloso que entre nosotros reinara la paz, el orden y la tranquilidad, el sentido del deber y la conciencia limpia, el perdón y el amor; y también era maravilloso que existiera todo lo demás, lo estridente y ruidoso, oscuro y brutal, de lo que se podía huir en un instante, buscando refugio en el regazo de la madre.

Y lo más extraño era cómo lindaban estos dos mundos, y lo cerca que estaban el uno del otro.

Por ejemplo, nuestra criada Lina, cuando por la noche rezaba en el cuarto de estar con la familia y cantaba con su voz clara, sentada junto a la puerta, con las manos bien lavadas sobre el delantal bien planchado, pertenecía enteramente al mundo de mis padres, a nosotros, a lo que era claro y recto. Pero después, en la cocina o en la leñera, cuando me contaba el cuento del hombrecillo sin cabeza o cuando discutía con las vecinas en la carnicería, era otra distinta: pertenecía al otro mundo y estaba rodeada de misterio. Y así sucedía con todo; y más que nada conmigo mismo. Sí, yo pertenecía al mundo claro y recto, era el hijo de mis padres; pero adondequiera que dirigiera la vista y el oído, siempre estaba allí lo otro, y también yo vivía en ese otro mundo aunque me resultara a menudo extraño y siniestro, aunque allí me asaltaran regularmente los remordimientos y el miedo.

De vez en cuando prefería vivir en el mundo prohibido, y muchas veces la vuelta a la claridad, aunque fuera muy necesaria y buena, me parecía una vuelta a algo menos hermoso, más aburrido y vacío. A veces sabía yo que mi meta en la vida era llegar a ser como mis padres, tan claro y limpio, superior y ordenado como ellos; pero el camino era largo, y para llegar a la meta había que ir al colegio y estudiar, sufrir pruebas y exámenes; y el camino iba siempre bordeando el otro mundo más oscuro, a veces lo atravesaba y no era del todo imposible quedarse y hundirse en él. Había historias de hijos perdidos a quienes esto había sucedido, y yo las leía con verdadera pasión.

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Hermann Karl Hesse (Calw, Baden-Wurtemberg, Alemania, 2 de julio de 1877 – Montagnola, Cantón del Tesino, Suiza, 9 de agosto de 1962), fue un escritor, poeta, novelista y pintor suizo de origen alemán.

Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1946.

lunes, 18 de julio de 2011

Alguien Está Muriendo


Mientras haces cualquier cosa,
alguien está muriendo.

Mientras te lustras los zapatos,
mientras odias,
mientras le escribes una carta prolija
a tu amor único o no único.

Y aunque pudieras llegar a no hacer nada,
alguien estaría muriendo,
tratando en vano de juntar todos los rincones,
tratando en vano de no mirar fijo a la pared.

Y aunque te estuvieras muriendo,
alguien más estaría muriendo,
a pesar de tu legítimo deseo
de morir un minuto con exclusividad.

Por eso, si te preguntan por el mundo,
responde simplemente: alguien está muriendo

Roberto Juarroz, argentino, 1925-1995.

jueves, 14 de julio de 2011

Finalmente Vinieron por Mi

Primero, vinieron por los judíos,
y no protesté porque no era judío;
Luego, vinieron por los comunistas,
y no protesté porque no era comunista.
Entonces, vinieron por los católicos,
y no protesté porque no era católico;
Luego vinieron por los de las Uniones sindicales,
y no protesté porque no era sindicalista;

Finalmente vinieron por mí,
y no quedaba nadie para protestar por mí.

Pastor Martin Niemöller

sábado, 9 de julio de 2011

Ella no Dice Nada


Ella no dice nada solo cocina,
ella no dice nada solo cocina...

Vaya a saber la causa,
vaya a saber la causa,
vaya a saber la causa de su alegría...

Ella no dice nada solo sonríe,
ella no dice nada solo sonríe...

Cuando en lugar de sopa,
cuando en lugar de sopa,
cuando en lugar de sopa, sirve jazmines...

Ella no dice nada lava y suspira,
ella no dice nada lava y suspira...
y aveces hasta vuela,
y aveces hasta vuela...
y aveces hasta vuela de distraida...

Ella no dice nada pero se entiende,
ella no dice nada pero se entiende...
Porque se pasa el día,
porque se pasa el día,
porque se pasa el día...
teje que teje...

Facundo Cabral, argentino —La Plata, Argentina, 22 de mayo de 1937 - Ciudad de Guatemala, 9 de julio de 2011—