Tenía fray Junípero un compañero fraile, llamado Attientalbene, a quien amaba íntimamente. Y, en verdad, la vida de éste era suma sabiduría y obediencia; porque, aunque todo el día le estuviesen abofeteando, jamás se quejaba ni decía palabra. Muchas veces le enviaban a lugares donde la gente era intratable y le movían muchas persecuciones, y él las sufría todas muy pacientemente, sin la menor queja. Según se lo mandaba fray Junípero, plañía o reía.
Cuando el Señor fue servido, murió fray Attientalbene con muy grande santidad, y al recibir fray Junípero la noticia de su muerte, sintió tanta tristeza en su alma, cuanta jamás había tenido por ninguna cosa temporal o sensible. Y para mostrar al exterior la grande amargura que sentía, exclamaba:
-- ¡Ay, infeliz de mí, que ya no me queda bien alguno, y todo el mundo se acabó para mí con la muerte de mi dulcísimo y amadísimo fray Attientalbene!
Y añadía:
-- Si no fuera porque no me dejarían en paz los frailes, yo iría a su sepulcro, tomaría su cadáver y haría del cráneo dos escudillas; y para continuo recuerdo suyo y devoción mía, comería siempre en la una y bebería en la otra cuando quisiese o tuviese sed.
En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.
Texto tomado de Florecillas de San Francisco
¡Feliz día de Muertos! Noviembre 2, 2010
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